¿Cómo ha sido mi llamada?
Aunque hoy puedo
afirmar que Dios ha estado siempre en mi vida, tengo que reconocer que hubo un
momento a partir del cual sentí muy intensamente su presencia en mi vida y la
invitación a ser sacerdote. Vivía una etapa de alejamiento de la Iglesia y grandes logros
humanos, tenía un comerció informal propio y próspero, y recientemente había
recibido mi título de pregrado: era un buen joven. Así pensaba yo y muchos
amigos de la familia. Entonces recibí una invitación a encontrarme con Cristo y
conmigo mismo, y acepté. Aquello marcó mi vida. Me encontré con un Cristo vivo
en personas iguales a mí, que le daban a Él la importancia que merece, y en mi
interior, y frente al Sagrario, un deseo inmenso de servirle yo también. Pero
no concebía hacerlo desde el sacerdocio, sino que opté por hacerlo desde un
apostolado activo, sincero y organizado como el de aquellos hombres que me
predicaron con sus vidas.
Comencé por
formarme para conocerlo mejor; a orar, ir a Misa y confesarme con frecuencia
para mantenerme siempre cerca de Él; y a hacer pequeñas actividades apostólicas
para llevarlo a Él a mis prójimos, para que descubrieran aquel tesoro. Al poco
tiempo encontré que era feliz sirviéndole y llevándolo a otras gentes y no
quería perder esa felicidad. En este momento, cuando ya había experimentado
parte de lo que me proponía, estaba mejor preparado para responderle
generosamente. Me planteé seriamente la opción al sacerdocio y con la
ayuda de mi director espiritual y párroco ingresé al seminario. Hoy vivo
intensamente mi formación, consciente de que es una etapa especial para
llenarme de Dios, de su amor y su conocimiento, y configurarme día a día con
Cristo Buen Pastor, para realizar, con la ayuda de Espíritu Santo, la obra que
Él tenga a bien encomendarme.
Seminarista
Horacio Martínez