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Ave María
Estamos en el mes de María. Mes
dedicado a obsequiar de forma especial (aunque no únicamente en este mes) a
nuestra Santísima Madre y Madre de Dios,
María Santísima. Y es que, María es realmente el “orgullo de nuestra raza”, la
“causa de nuestra alegría”. Aún siendo humana, su participación y colaboración
en la Historia de la Salvación es esencial e insustituible, porque así Dios lo
ha querido.

Mirad, pues la Gloria de Dios,
manifestada de forma admirable e incomparable en la Virgen de las vírgenes.
María en una vida santa de unión total a su Hijo y al Padre, asistida por la
Gracia del Espíritu Santo, fue colmada de gracias y bendiciones. De tal modo,
fue preparada y preservada de la mancha del pecado original, Concebida sin tal mancha. Sólo de este
modo podía ser digna de llevar en sí al Esperado, al Mesías y su
correspondencia amorosa lo confirmó. Sin duda una gracia especial (contando con
el concurso de la Virgen) es la de permanecer Siempre Virgen. Pues María fue virgen antes del parto (“sin
concurso de varón”), durante el parte (“como la luz traspasa el cristal sin
romperlo, Cristo, salió de María”) y lo sigue siendo después del parto (Jesús
es el único Hijo de María).
Y por tal vida, modelo para todo
cristiano, finalmente le fue concedido el ser Asunta en cuerpo y alma a la Gloria Celestial, donde está en
presencia de los ángeles y los santos, juntamente con su Hijo, bajo la
soberanía suprema de Dios Padre, toda la creación. Pues María, es reina de
todos los santos, de la Iglesia (guía, intercesora, protectora, acompañante de
la Iglesia) y de toda la creación que se rinde a los pies de tan “graciosa
belleza” reflejo de la grandeza, bondad y gloria del Dios Trino.
Sigue, Madre Admirable,
intercediendo por tus hijos, que nos consagramos a ti, que buscamos tu
protección, que te necesitamos como camino en nuestra salvación.
Dulce Corazón de María, sed la causa de mi alegría