El
tiempo de cuaresma en el que pronto llevaremos tres semanas, siguiendo la
pedagogía dulcísima de Nuestra Madre la Iglesia, es tiempo de responder.
Es
habitual escuchar decir que el tiempo de cuaresma no solamente son estos
cuarenta días que nos orientan y sintonizan hacia el Triduo Pascual, sino que
nuestra vida debe ser vivida como cuaresma. Las actitudes clásicamente
cuaresmales (oración, ayuno y limosna), no son más que las actitudes
clásicamente cristianas.
Mirando hacia
la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, vemos que Dios se
ha humillado tremendamente hasta nosotros. Pero para que podamos nosotros
elevarnos hasta Él. Dios tiene la primera palabra, pero espera la respuesta de
sus hijos. “Volveos hacia mí- oráculo del Señor de los ejércitos- y yo me
volveré hacia vosotros”. De este modo (según mi inexperta opinión…) debemos
entender este tiempo de cuaresma: Dios nos llama (nunca deja de hacerlo) de
forma amorosa y debemos responder con amor. No es tiempo de llenar el día con
un sinfín de prácticas penitenciales, sino tiempo de insertar estas prácticas
en orden a responder con verdadero amor para prepararnos al encuentro de
Jesucristo en su Pasión y Resurrección. El tiempo de cuaresma, es tiempo de
aprender a amar, de crecer en el amor, de amar al que es el Amor. De este modo,
las prácticas penitenciales (recomendadas por la Iglesia) se convierten en un
acto de respuesta, de diálogo con Aquel que nos llama a su encuentro y de
reconocimiento de que Dios es la fuente y el centro de nuestra vida.
Sin embargo,
la respuesta que se nos exige, es mucho más que unas prácticas de penitencia o
misericordia. Ya debemos a empezar a meditar esa Pasión. Miremos al Cristo
Traspasado. Hasta que no nos parezcamos a Él, crucificados, donados, entregados
por Verdadero Amor, no habremos respondido con verdad e integridad. Que nuestra
conversión, sea la donación de nuestra vida, como ofrenda (siempre imperfecta e
insignificante) al Padre, en unión con el Hijo.
Debemos,
pues, en este tiempo de cuaresma “dejarnos abrazar por Dios” especialmente en
el Sacramento de la Confesión. Si reconocemos humildemente ante Dios nuestra
pequeñez, Él nos levanta. Así imitaremos a S. Pedro ante el Maestro en la pesca
milagrosa: “Apártate de mí, que soy un pecador”. Este recibió la respuesta: “No
temas (…)”. Por ello, sin temor vivamos la cuaresma como tiempo de humildad,
tiempo de abnegación.
Sabiendo
esto, vivamos con verdadero gozo de poder disponer de un tiempo especial para
volver a lo esencial, para volver a Amar, para volvernos a Dios; y hagamos de
nuestra vida una cuaresma permanente.
Samuel Medina.
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