viernes, 20 de abril de 2012

Evangelización en tiempos de Crisis


Dignidad Humana y Evangelización

La sociedad humana actual atraviesa una marcada crisis moral, política, económica y cultural producto de los paradigmas de felicidad que el mismo hombre se ha inventado. Estos paradigmas son como la receta que te vende el mundo para alcanzar una meta o un estatus, que por ser también del mundo, es temporal y pasajero. Sus ingredientes son: Tener, Poder y Placer.

No siendo suficiente tener fines tan banales, los medios utilizados deshumanizan de tal forma a la persona que terminan por reducirla a un objeto. Estas formas han sido analizadas científicamente y ofrecidas como sistemas económicos y políticos (capitalismo, comunismo) o como doctrinas modernas entre las que destaca el hedonismo cuyo fin primordial es el placer.

Estos modelos a su vez han generado un nuevo paradigma: El del hombre reducido a solo materia o solo espíritu, es decir visto de modo incompleto. Según este nuevo paradigma del hombre, éste solo tiene valor si es capaz de producir, consumir, proporcionar placer, percibirse como una gran energía positiva, o tener un sentir igual al del resto de su asociación.

Todos estos modelos nos alejan del ser humano Digno creado por Dios a su imagen y semejanza, ese ser corporal y espiritual, único e irrepetible con el que Dios coronó su creación y que vio que era MUY BUENO. De aquí que el hombre tiene valor en si mismo y ese valor no le puede ser arrebatado bajo ningún concepto ni fin. Es decir que el hombre tiene un valor intrínseco, es decir, así como un billete no pierde su denominación por estar arrugado, mojado, maltratado o pisoteado, el hombre no pierde su dignidad por su sexo, edad, clase social, higiene, cultura, religión, reputación o nacionalidad entre tantos factores que han servido como discriminantes, porque nuestro valor es un regalo Dios, somor su imagen, nos ha dado al dotarnos de inteligencia y voluntad, nos ha dado libertad y nos colocó en el tope de la creación.

Ese valor nos lo recuerda nuestro Señor Jesucristo al amarnos y recibirnos a todos y cada uno de manera individual y así quiere que lo hagamos: el no se dirigió a la masa de publicanos o prostitutas, ni solo a los de la casa de Israel, sino que llevaba su mensaje de forma personalizada, llamando por su nombre a sus discípulos, dialogando con cada necesitado; y universal, para que todo el que crea en él tenga salvación. La respuesta al mensaje refleja la mayor expresión de dignidad: nuestra libertad. Esta es un regalo precioso que debemos cultivar y respetar en nosotros y nuestros hermanos.
 
El buen uso de nuestra libertad se realiza en el bien obrar de la persona y la posibilidad de darle un valor agregado a nuestra existencia, así por ejemplo mientras un medico se dedica a preservar y mejorar la calidad de vida de un paciente, otro se puede dedicar a practicar abortos o eutanasia y así dos colegas pueden, entendiendo de manera distinta la libertad, enrumbar su vida hacia el bien o el mal y agregarle o restarle valor, porque gozan “como persona” del libre albedrío que el mismo Dios respeta tal como lo podemos apreciar en el anuncio a la Virgen María donde Dios le presenta el plan y ella acepta o en la propuesta hecha al joven rico y que éste rechaza. Por tanto si Dios respeta nuestra libertad que es expresión de nuestra dignidad también nosotros tenemos que respetarla.

Quienes estamos llamados a evangelizar –toda la Iglesia- debemos esforzarnos por cambiar ese paradigma del hombre-objeto por el paradigma del Hombre-Sujeto u Hombre-Persona para que podamos realizar una acción evangelizadora integral y humanizadora. Porque nuestro trabajo no estará bien hecho si no existe la debida promoción humana. Nuestro maestro cuando evangelizaba también se preocupaba por el aspecto humano de sus evangelizados como lo demuestra en los pasajes de la multiplicación de los panes y lo expresa en las parábolas del buen samaritano y el hijo prodigo, a quien a demás del perdón, le colocó un traje digno. Así lograremos un cristianismo autentico e integral y exaltaremos la dignidad de la única criatura que Dios amo por si misma: EL HOMBRE.

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