Reparación de Amor a los Sufrimientos de Cristo
Un
camino de preparación hacia la
Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Esto es la cuaresma,
tiempo en el que la Iglesia
nos invita, como madre, a volvernos hacia Jesucristo, a caminar con los ojos
fijos en Él. Esto exige, sin embargo, el olvido de nosotros mismos, el olvido
de nuestros gustos y la abnegación. Para ello, debemos tener en cuenta que
somos alma y cuerpo, por lo tanto deberemos llevar a cabo este proceso de
olvido tanto en el alma como en el cuerpo.
Por
lo que respecta al alma, una oración confiada, humilde y sincera. Una
oración, en este tiempo de cuaresma, dedicada a la contemplación y la petición
de perdón. Oración promovida por el dolor de nuestros pecados que han llevado a
Cristo a la Pasión,
por el dolor de sabernos responsables del sufrimiento de nuestro Señor (el “Vía
Crucis” nos ayuda a ello). Es pues, una reparación afectiva, basada en la
oración continua, la comunión frecuente, la confesión humilde etc.
Pero
sin duda el cuerpo debe también participar de estas prácticas con la finalidad
de que haya una conversión profunda e integral. Es pues tiempo de fijarnos en
los premios eternos y no en los bienes materiales. El ayuno, reducción
de las comidas, para reconocer que nuestro verdadero alimento es la Palabra de Dios y el
Santísimo Sacramento; o la reducción de las horas de sueño, por poner dos
ejemplos. Con ello podemos conseguir más tiempo para la oración, de hecho la
penitencia y la austeridad cuaresmal son también oración: oración del cuerpo.
Esto será reparación aflictiva.
Al
ver a nuestro Señor con la manos y los pies clavados, con el Corazón
traspasado, con las sienes heridas, con las rodillas despellejadas y todo el
cuerpo flagelado, ¿no vemos necesaria la reparación, pues somos responsables?,
¿no nos dice Cristo, una vez tras otra, “tengo sed” (Jn. 19,28) de tu amor?
Ofrezcámosle la reparación debida, de nuestro tiempo y de nuestra vida, de nuestro
cuerpo como “Hostia viva, santa, agradable a Dios” (Rm. 12,1).
No
podemos olvidar en este punto, que Cristo presente en los más necesitados y los
que sufren, sigue sufriendo. “Fijémonos los unos en los otros” (Hb. 10, 24) entonces,
para ofrecer consolación, siendo misericordiosos, a los sufrimientos de
Cristo en ellos, sin olvidar que también en ellos vemos un camino perfecto para
la abnegación.
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