En camino hacia una Meta Santa.
“corred de manera que la consigáis” (1Cor 9, 24)
Fue
una de las frases utilizadas por el papa Benedicto XVI en la homilía
dirigida a los seminaristas durante la JMJ Madrid 2011. Frase que bien
podría aplicarse a todos los fieles tal como lo trato de hacer a
continuación. Tal vez en algún momento parezca enfatizar más en la
vocación sacerdotal por ser este el fruto de un retiro en el cual
profundizábamos en dicha homilía y que luego quise generalizar.
Esta
meta santa no es el sacerdocio, ni el matrimonio, ni el ser padres o el
director de algún grupo de iglesia. Estos son sólo medios para
alcanzarla, bastantes particulares sí, pero es por tratarse de
vocaciones específicas dentro del cuerpo místico de la Iglesia. El
sacerdocio, por ejemplo, es en cierto sentido el comienzo decidido de la
carrera hacia esa meta. Esta carrera es bastante especial: una carrera
con obstáculos. Pero como carrera espiritual, esta no tiene obstáculos
físico, sino espirituales, y esto es bastante singular pues puede
parecer en algún momento que podemos correr rápidamente y alcanzarla,
llegar primeros! ¡qué astuto nuestro enemigo! En esta carrera no hay que
llegar primero, ni dejar a tras a los demás, sino que debemos llegar
todos, ayudarnos unos a otros, levantarnos, animarnos; la prisa y el
egoísmo son los primeros obstáculos. Luego, tal como en las otras
carreras iremos encontrando otras pruebas que superar, partes muy
profundas en el recorrido: nuestras miserias y defectos, cuidado con
quedarnos en lo hondo; otras partes demasiado altas, verdaderos muros
elevados: nuestras suficiencias, nuestra vanidad y soberbia, cuidado con
estrellarnos contra ellas.
¿Cómo alcanzar entonces esa
Meta Santa? Atletas de la Iglesia somos, y como tales tenemos ejercicios
para estar en forma y continuar hasta el final:
Silencio
interior: necesario para encontrarnos con nosotros mismos, a veces no
nos gusta hacer este ejercicio y es que de antemano sabemos lo que vamos
a encontrar, en otras palabras, nos da miedo descubrir como somos. Pues
veamos el lado positivo: sabremos donde están las partes profundas del
camino, desde la aceptación de nuestra realidad podremos sobrepasarlas,
al menos sabremos a quien y para que pedir ayuda.
Oración
Permanente: nos permitirá un encuentro progresivo con Cristo, ¿qué
mejor ayuda? Sí, el es nuestro cirineo y el único que puede sacarnos de
lo más profundo, de los valles muy oscuros (Sal 23,4), de la charca
fangosa (Sal 40,3). ¿cuánta oración? La necesaria y propia de nuestra
vocación particular: religioso, casado, soltero, sacerdote. No dejemos
pasar un solo día sin dirigir al menos una oración a Dios.
Imitación
de Cristo: ¿Qué por qué de tercero? Bueno, muy sencillo, si no nos
conocemos a nosotros mismos, ni conocemos a Cristo, ¿cómo lo vamos a
imitar? Ciertamente llegados a este ejercicio será conveniente, desde la
imitación del señor, hacer silencio y orar, no como al principio sino
como Él nos enseña con su ejemplo. En el silencio y la oración Jesús
encontró fuerzas para
llegar a la cruz, nosotros sus seguidores también pasaremos por la cruz, y la oración y el mismo nos dará fuerzas.
Constante
Formación: ¿durante el seminario?¿en el cursillo prematrimonial?¿en la
catequesis sacramental? No, no sólo durante estos tiempos, sino
permanente, actualizándonos, profundizando en lo aprendido,
esforzándonos por hacerlo vida y durante toda la vida.
Inserción
en la Pastoral: Como miembros de la Iglesia debemos tener su misma
misión, evangelizar, ayudar a los demás a no quedarse atrás. Recordemos
que no corremos solos, ni debemos llegar a la meta solos ¡que cansados
llegaremos por la prisa y que decepción la de ser descalificados por el
Juez de la Meta!
Obediencia: a los formadores, a los
directores espirituales, a nuestros hermanos y hermanas que dirigen
nuestros grupos de laicos, a nuestros párrocos. En la obediencia
ejercitamos la humildad y prestamos un servicio eficiente que beneficia a
todo el conjunto. Con la obediencia no buscamos aparecer, destacar o
figurar nosotros. Que buen ejercicio contra las suficiencias, ya los
muros de soberbia y vanidad comienzan a derrumbarse y a dejarnos el paso
libre. No quiere decir, sin embargo, hacer las cosas por hacerlas,
porque no es nuestra idea y la nuestra era mejor, sino que debemos
hacerlas lo mejor que podamos de acuerdo con lo requerido, ese es un
servicio agradable a los ojos de Dios.
Con profunda
Alegría: No es lo último que debemos hacer, todo debe ir marcado por el
talante jubiloso, por la alegría de saber hacia que Meta estamos
corriendo: una Meta Santa. El solo hecho de sabernos inscritos en esta
carrera, llamados a participar de ella desde nuestro nacimiento,
inscritos desde nuestro bautismo, es motivo suficiente para correrla con
alegría, pues sabemos que tenemos ayuda y así llegaremos todos, y
celebraremos el triunfo eternamente!
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