No nos dejes caer en la Tentación (Lc 11,4)
Ésta es una de las peticiones que rezamos
en el Padre Nuestro, oración que nos enseñó el mismo Jesús y que, no es para
menos, es reconocida como la más perfecta de las oraciones. Él, que nos pide
que oremos “sin desfallecer” (Lc 18,1), nos dejó esta oración cuando sus
discípulos le pidieron: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Él, maestro de
la oración, es también de quién narra el Evangelio que venció la tentación.
(Cfr Mt 4)
¿Qué podemos decir de la tentación? ¿Por
qué sucumbimos tan fácilmente a los embates del enemigo? Ciertamente el
engañador quiere nuestra perdición, él es un ángel caído, y por ser ángel, más
inteligente que nosotros. Pero no nos puede dañar sin nuestro consentimiento,
por eso nos pone trampas, para que ofendamos a Dios, alejándonos de Él y
finalmente nos perdamos. Tal vez la traducción “no nos dejes caer en la
tentación” no es la más exacta, pero sí es muy gráfica cuando vemos la
tentación como una trampa.
De seguro todos hemos colocado una trampa
en algún momento de nuestra vida, una ratonera tal vez. Yo he visto varios
tipos y tamaños de éstas, pero lo más importante, lo que no puede faltar es…
¡el queso!, una porción generosa, atractiva, olorosa. “Bueno para comer,
apetecible a la vista” (Gn 3,6). ¿Y quién ha dicho que la comida es mala? Y con
hambre menos. ¿Pero estamos tan hambrientos como para no ver cuál es el precio
que tenemos que pagar? Esto, en el caso del hambre, pero puede ser cualquier
otra necesidad y el enemigo tiene un “queso” específico y supuestamente
irresistible para tú necesidad.
Jesús realmente debía tener hambre
después de 40 días en el desierto, el tentador se acercó y le dijo “si eres
hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4,3), claro que
Jesús es hijo de Dios y satanás lo sabe muy bien, por tanto no es necesario que
lo demuestre con éste signo o cualquier otro, pero estando la necesidad
presente no pierde tiempo en desafiarlo a que haga gala de su Gloria,
complaciéndolo a él y no al Padre.
También a nosotros, jóvenes solteros y
casados, nos reta: si eres realmente un hombre... haz esto o haz aquello. Y nos
puede sumergir así en una vida de pecado, adulterio, fornicación, robos o
mentiras. A todos nos invita: si no es justo que otro reciba más que tú…, si tú
oras más que ella, por qué no…, si tú te esforzaste más, entonces… Si él es más
nuevo que tú, como permites que… Para todos hay, pero no tenemos que
demostrarle nada.
Entre más deseemos agradar a Dios, tanto
más refinada será la carnada, mejor elaborada y disimulada la trampa. Por eso
debemos permanecer orando siempre a Dios, y muy conscientes de lo que le
pedimos cuando decimos “no nos dejes caer en la tentación”. A propósito el
artículo determinado “la”, que muchas veces pasamos por alto, es muy
significativo ya que pedimos la ayuda divina en determinada tentación, la
nuestra, que es muy diferente a la del otro.
Que el Señor nos conceda en todo momento
su Don, el Espíritu Santo, para discernir frente a las ofertas que se nos
presentan en la vida y así poder escoger aquellas que no ofenden a Dios ni
esconden un trasfondo mortal, para que al final de nuestros días podamos
exclamar llenos de júbilo: “Hemos salvado la vida, como un pájaro, de la trampa
del cazador” (Sal 123, 7).
Horacio Martínez.
Y no se olviden de seguir orando también por los seminaristas, para que tampoco caigamos en las tentaciones
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